Un proverbio árabe dice: "¿Si tiene solución por qué te preocupas? Y si no tiene solución, ¿por qué te preocupas ?". La dificultad está en saber qué tiene solución y qué no.
Hay que estar muy loco para luchar contra molinos de viento. Hay que estar muy loco o tener unos principios muy férreos. Y es que lo más duro de luchar contra molinos es que uno está solo.
Parece más fácil quedarse de brazos cruzados y protestar, o simplemente adaptarse y tragar con lo que toque. Algunos pueden hacerlo y, quizás, efectivamente, sea la mejor estrategia. El mundo está lleno de luchas que no van a ninguna parte... o eso parece.
El caso es que la mayoría de nosotros encontramos mil cosas a nuestro alrededor que no nos gustan, que desearíamos que cambiasen... pero más allá de protestar, ¿qué hacemos?
Perdemos horas y horas de nuestra vida hablando sobre lo que debería ser pero, ¿cuánto tiempo dedicamos a cambiarlo?
A veces no hacemos nada porque no sabemos qué hacer, otras veces por miedo, otras por pura pereza... pero, ¿hasta qué punto sí tenemos capacidad para cambiar las cosas?
Muchos de nosotros necesitamos hablar para sentirnos mejor. Cualquier cosa que cree malestar en nosotros se minimiza cuando podemos descargarnos hablando pero, ¿eso realmente nos hace sentirnos mejor o sólo sirve para incrementar nuestro malestar?
Todas estas preguntas tienen un solo objetivo: analizar nuestra capacidad para afrontar los problemas y la actitud que tomamos ante ellos.
Quizás no sea inteligente enfrentarse uno solo contra los males de la Humanidad. Es mejor conseguir que esos males no nos afecten, pero si no logramos llegar a la paz de espíritu que nos permita la sincera aceptación de aquello que no nos gusta, habrá que adoptar una actitud algo más proactiva que la mera protesta al viento.