Un conflicto deriva de una situación entre dos partes cuyos intereses, valores y/o pensamientos observan posiciones diferentes y/o contrapuestas.
Es inherente al ser humano la búsqueda constantemente a lo largo de la vida, de manera más o menos consciente de la satisfacción de necesidades, obtención de recompensas y gratificaciones, evitar daños, frustraciones y malestares físicos y emocionales.
El conflicto aparece en muchas ocasiones cuando una parte percibe que otra lo ha afectado negativamente en esta búsqueda, alcance y consecución.
Los conflictos son parte de la vida, lo importante no es si hay conflictos o no, sino aprender a manejarlos de manera que las soluciones se construyan con la participación de todos, a través del consenso y con acuerdos que resulten beneficiosos para las partes, o al menos, las consecuencias negativas, a veces inevitables, afecten a las partes de forma equitativa.
Pero no es tarea fácil. La historia de la humanidad está llena de ejemplos que demuestran la existencia de una herencia emocional que lleva a "huir o pelear" en el momento que existe un conflicto. En la práctica, huir resulta una opción muy cara porque los problemas seguirán existiendo. Pero la actitud de pelear también es contraproducente pues no lo resuelve sino que, casi siempre, hace al conflicto más grande y peligroso.
En ocasiones, se manifiesta una actitud llamada agresión pasiva, que se caracteriza por no confrontar abiertamente pero que, en el fondo, guarda resentimientos que tarde o temprano saldrán a flote y harán más difícil encontrar salidas.
Para manejar los conflictos que a diario se presentan, se necesita principalmente una actitud que lleve a no pensar "tú contra mí", sino en términos de "nosotros contra el problema". Ya no se trata de que alguna de las partes en discordia gane y la otra pierda; por el contrario, una solución exitosa será aquella en la cual todos ganen, a partir de priorizar lo coincidente y dar menos importancia a lo divergente. Los conflictos son algo cotidiano en las relaciones, pues a medida que crece la participación también aumenta los puntos de vista que reclaman ser tomados en cuenta. La expresión directa de los propios sentimientos, deseos, derechos legítimos y opiniones sin amenazar o castigar a los demás y sin violar los derechos del otro se convierte también en un factor clave, respeto hacia uno mismo al expresar las necesidades propias y defender los propios derechos y respeto hacia los derechos y necesidades de las otras personas, sin cegarse con la propia realidad.
En ocasiones, en la relación con los demás se producen intercambios mediatizados por el enfado, la irritación y la hostilidad. Unas veces, el comportamiento responde a razones objetivas y reales y otras veces, no. En cualquier caso, el estado de irritación interfiere en la solución de cualquier problema o discrepancia.
Existen una serie de condiciones que favorecen la aparición de los conflictos y que éstos desemboquen en una reacción hostil que hay que intentar evitar a toda costa.
Negarse a escuchar. Pensar que sólo uno tiene la razón.
No dejar que el otro nos cuente todo lo que tiene que decirnos.
Utilizar palabras hirientes.
"Se obtienen buenos resultados poniéndose siempre en el lugar del otro y pensando en lo que uno haría si hubiese sido el otro". A. C. Doyle