"La palabra es mitad de quien la pronuncia, mitad de quien la escucha".
Michelle de la Montaigne.
Este ilustrativo cuento se divide dos partes, cada una con una enseñanza particular, aunque con un denominador común, el uso de la palabra y el efecto que esta puede provocar. Si bien, lo más interesante es que en una parte del cuento el énfasis recae en el receptor, mientras que en la otra, recae en el emisor.
A pesar de ello el mensaje es unísono, las palabras condicionan nuestro comportamiento y el de las personas con las que nos relacionamos, aunque muy pocas veces llegamos a ser realmente conscientes de la fuerte influencia que tienen en las" reacciones" y por ende "las relaciones".
El primer samurái:
Había un imponente samurái en una aldea lejana. Era uno de los más fieros guerreros de la comarca. Todos los conocían porque era extremadamente irascible. No toleraba que nadie le llevara la contraria y tenía un orgullo exagerado.
El samurái reaccionaba con tal fiereza y agilidad, que todos le temían. Si alguien lo contrariaba, simplemente sacaba su sable y de inmediato cualquiera se intimidaba. Este guerrero se fue de viaje y pasó por una pequeña aldea en la que todos los habitantes parecían apresurados y se dirigían hacia un mismo lugar.
Intrigado por lo que estaba ocurriendo, el samurái detuvo a uno de los hombres que corría presurosamente. Le preguntó qué pasaba. El hombre le dijo que todos iban hacia la casa del maestro Tumushido. El samurái estaba extrañado.
"¿Quién es el maestro Tumushido?", dijo luego. El hombre se sorprendió. No podía creer que no hubiera escuchado hablar de él. "Es el más sabio de los maestros. Todas las tardes, a esta hora, nos brinda sus enseñanzas. Y toda la gente de la aldea acude a escucharlo".
El samurái sintió curiosidad. Jamás había oído hablar del maestro Tumushido, pero evidentemente era alguien que todos respetaban. Su soberbia y orgullo se encendieron. No toleraba ni pensar que alguien pudiera ser superior a él.
El samurái no aguantó. Tenía que escuchar al maestro Tumushido, para ver si ameritaba la fama que tenía. Se desplazó entonces hasta donde estaba toda la aldea reunida. Cuando llegó, el maestro estaba diciendo que la palabra era la fuerza más poderosa de la Tierra.
El samurái le gritó airadamente: "¡Eres un completo tonto! ¡La fuerza más grande del mundo es la espada, hombre ignorante!" El maestro Tumushido entonces se levantó de su silla y gritó: "¡Cómo dices eso! ¡Eres un estúpido! ¡A leguas se ve lo ignorante que eres!"
Al escuchar esto, el samurái se puso furioso. Saltó del lugar en donde estaba, con el sable en la mano, tomó al maestro y amenazó con degollarlo. Tumushido entonces comenzó a rogar por su vida. "No me mates, valiente samurái. Perdona mi ofensa. He descubierto que tu espada es lo más poderoso de la tierra". El guerrero entonces se calmó. "Te perdono la vida. Eres un buen hombre", dijo.
Entonces, el maestro Tumushido se incorporó y luego dijo: "La palabra es la fuerza más poderosa de la Tierra. ¿Viste cómo te he dominado a través de ella? Quería que me atacaras y lo hiciste. Luego quise que te calmaras y también me obedeciste".
El segundo samurái
Cuando un segundo samurái escuchó la historia anterior, sintió que la curiosidad lo invadía. Quería conocer a aquel hombre sabio y demostrarle que él no podía ser dominado por la fuerza de la palabra. Así, se dirigió a la aldea, convencido de poder demostrar que Tumushido era solo un farsante.
Cuando llegó a la aldea, el maestro Tumushido estaba en el centro de la plaza. Le hablaba a un grupo de gente que lo escuchaba. El segundo samurái se confundió entre la multitud. Cuando nadie lo esperaba, lanzó un grito terrible que asustó a todos. "¡Te desafío viejo farsante! ¡Si eres tan sabio y poderoso, también podrás batirte contra mí y salir airoso!" El maestro lo miró un momento. Luego hizo una venia, en señal de que aceptaba el reto.
Todos los presentes hicieron un círculo. En la mitad quedaron el segundo samurái y el maestro Tumushido. Este último cerró los ojos y se sentó, en actitud sumisa. El guerrero pensó que se había intimidado y entonces quiso provocarlo. Comenzó a gritarle los peores insultos que conocía. Aun así, el maestro no reaccionaba. Duró varias horas haciendo esto, hasta que se cansó. Luego se fue, exhausto, indicando que en verdad el viejo solo era un farsante.
Cuando se marchó el segundo samurái la gente estaba desconcertada. "¿Cómo es posible que te hayas dejado insultar de esa manera, sin reaccionar?", le preguntaron. "Si alguien te hace un regalo y tú no lo aceptas, ¿a quién pertenece ese regalo?", preguntó el maestro Tumushido. "A quien quiso entregarlo", respondió un joven. "Pues lo mismo vale para la ira, los insultos y el odio. Cuando no son aceptados siguen perteneciendo a quien los traía consigo", replicó el maestro.