El agotamiento emocional es un estado al que se llega por una sobrecarga de esfuerzo de muy distinta naturaleza: excesos laborales, responsabilidades, conflictos, etc.
A este estado se llega como consecuencia de un gran desequilibrio mantenido durante un tiempo variable entre las demandas recibidas y nuestras posibilidades de respuesta.
No es algo que surja de la noche a la mañana, sino que es consecuencia de un proceso que se va gestando, aunque puede haber una manifestación brusca, que vendría a ser como el punto de inflexión en donde nuestra capacidad de aguante se quiebra. A partir de aquí las manifestaciones pueden ser de distinto tipo dependiendo de cada persona. Enfermedades físicas, ansiedad, depresión, bloqueos, ira, etc. La manifestación más común y habitual es una sensación de no aguantar más y de no poder seguir hacia delante.
Normalmente solemos hacer oídos sordos a las manifestaciones que nuestro propio organismo nos envía como señal de alarma. Las ignoramos y seguimos adelante hasta el punto de ruptura.
Como ya sabemos que prevenir en la mejor de las intervenciones, es importante estar atento a esas señales de alarma.
Llegados a este punto ni que decir tiene, que en cuanto notemos alguno o varios de estos síntomas conviene poner el freno cuanto antes. No es un proceso que vaya a menos, sino que una vez que la bola empieza a rodar, lo más probable, es que se vaya a más. De lo contrario, más tarde o más temprano, será imposible seguir adelante.
Las soluciones irán siempre de la mano de poner en marcha comportamientos que nos ayuden a compensar las anteriores manifestaciones. Para ello conviene trabajar insistentemente en algunos de los básicos: