Que tire la primera piedra quién no haya experimento algún grado de ansiedad en la última semana.
Vivimos en una sociedad que ha integrado la ansiedad en su "modus vivendi", da tal modo que el bicho raro es quien no se siente ansioso una parte o tal vez todo el día. Motivos no nos faltan...
Vivimos en hipervigilancia y con el pensamiento acelerado de forma continua. Nuestra mente está en modo volcán, a punto de erupcionar de forma continua. Vivimos sometidos a la tiranía de las urgencias auto creadas.
Este panorama que raya la tortura, se ha ido normalizando hasta provocar que aceptemos experimentar este estado de ansiedad de forma continua como algo normal. Podemos encontrar en el exceso de trabajo, la falta de tiempo, de recursos económicos, el no querer ser diferente, el miedo a que pase lo peor, el miedo a estar solo, etc. algunos de los detonantes de esta ansiedad crónica. Vamos soportando la situación hasta que nos encontramos con la cara más desagradable de la ansiedad, que se manifiesta cuando llegamos a experimentar algún problema de tipo médico. Ahí es cuando nos saltan todas las alarmas, hasta ese momento todo entra dentro de lo normal, todo el mundo está igual, es un mal común.
Tendemos a trivializar nuestra ansiedad en tanto no nos da su peor cara. No aprendemos a gestionarla de forma inteligente, sino a sobrevivir y sufrirla. Generalmente, la ansiedad excesiva está relacionada con situaciones cotidianas, tales como trabajo, salud de la familia, cuestiones financieras o incluso pequeños problemas, tales como reparar el coche o encuentros con otras personas, en general, el grado de preocupación es desproporcional en relación con el motivo desencadenante.
Miedo, sudor frío, temblores, náuseas, aumento de las pulsaciones, malestar físico, sensación de falta de aire, la cabeza a mil por hora reproduciendo todo tipo de escenarios negativos, fatalistas que pueden suceder, son manifestación de la ansiedad en su máxima expresión.
El problema de no percibir el exceso de ansiedad como un problema es más serio de lo que parece, porque nuestro cuerpo se está forzando continuamente en producir hormonas que compensen nuestro nivel de cortisol en sangre, y las consecuencias en nuestra salud física por el resentimiento de este sobre esfuerzo de algunos órganos de nuestro cuerpo pueden ser graves.
Cuando la ansiedad se vuelve crónica muchas veces no es necesario un estímulo que la provoque, experimentamos ansiedad sin que aparentemente haya desencadenante. La ansiedad crónica afecta a nuestra mente y nos llena de pensamientos negativos, pesimistas y catastróficos. Altera nuestros patrones de pensamiento y nos hace más propensos a los pensamientos negativos y catastrofistas, nos vuelve hipersensibles, se provoca un círculo vicioso en el que los propios pensamientos provocan más ansiedad y cuando más ansiedad más pensamientos negativos.
Y aunque contado así parece algo grave y realmente lo es, también es algo que, con el compromiso personal y las estrategias y técnicas adecuadas, como gran parte de los problemas de índole psicológica puede controlarse.
Lo importante es darse cuenta de que algo pasa, no normalizar este estado de alerta y urgencia continua como algo estructural del nuestra sociedad y entorno, no es algo normal. Debemos estar atentos a las consecuencias reales como elementos receptores en unos casos, y como provocadores en otros, que implican las prisas, exigencias y urgencias del día a día.