Otra de las cosas que esta pandemia nos ha enseñado, es que efectivamente podemos reducir muestras necesidades a los más esencial y sin perjuicio. Hablo, por supuesto del exceso de necesidades creadas con las que vivíamos hasta el 15 de marzo, y como a lo largo de los días las hemos ido dejando aparcadas. Lamentablemente existe otra realidad demoledora, la de aquellas personas que, ya partiendo de lo mínimo, también se han visto obligados a reducir ese mínimo.
Por arte de virus, gran parte de lo que antes nos quitaba el sueño, nos provocaba estrés y ansiedad vital, se ha hecho tan pequeño que ya no le prestamos atención. Todo lo que no se podía, ahora es más posible. Como siempre, solo hay que modificar los factores, y el resultado cambia.
Ahora las preocupaciones son también esenciales. Nuestras máximas prioridades prácticamente se han reducido a la salud y el trabajo. Muchas cosas que antes se nos hacían bola, ahora forman parte de nuestro día a día, somos más tolerantes con las personas con las que convivimos, escuchamos más, intentamos evitar problemas y cuando surgen, estamos más dispuestos a encontrar un rápida solución, cedemos más en beneficio de quienes nos rodean, somos más creativos, comprensivos, solidarios, generosos, estamos aprendiendo a gestionar la incertidumbre con mayúsculas, el cambio, el dolor, el miedo, el sufrimiento, el duelo, a marchas forzadas. Grandes logros si no fuera por lo terrible de la situación que nos ha traído hasta aquí.
Estamos viviendo una realidad inimaginable ni en nuestras peores pesadillas, y esta realidad impensable, va a producir en muchos de nosotros cambios importantes en nuestras actitudes, valores, formas de entender el mundo y a quienes nos rodean. Saldremos habiendo superado un gran reto y con una mochila personal llena de valiosos aprendizajes.
Y como dice quien sabía de derrotar gigantes....