No cabe ninguna duda de que vivimos en un mundo que nos desestabiliza cada día. Cuando empezamos a creer que retomamos el control de nuestras rutinas, va y nos sacude con un nuevo tsunami.
Cómo íbamos a pensar con la que ya teníamos encima, con lo que hemos pasado, que íbamos a ser testigos de una guerra, cuando la propia palabra guerra nos suena tan lejana.
Nuevamente nos toca echara mano de nuestra máxima capacidad de adaptación, para ajustar, integrar y encajar lo que pasa a nuestro alrededor.
Vivimos en la parte buena del mundo, y en muchas ocasiones actuamos como espectadores de lo que ocurre a nuestro alrededor, pero tarde o temprano en un mundo tan globalizado la carambola acaba llegando.
El modo natural casi es estar con un pie aquí y otro allá, ya que hay que estar preparados para pivotar en cualquier momento. A la que pensamos en una solución o planteamos un proyecto, como nos demoremos un poco, lo pensamos ya caducado. Las soluciones de hoy es muy posible que ya mañana necesiten un ajuste.
Y aunque algunos están mas a salvo que otros de esta volatilidad, lo cierto es que al final todo influye e impacta en todo y todos. El largo plazo a veces suena anacrónico porque cada vez vivimos más en el corto plazo, dando respuestas a situaciones y acontecimientos totalmente inesperados.
Esto nos genera inseguridad, miedo, vértigo, ansiedad, tristeza, y mucho más, aunque también nos hace más resilientes. Todos hemos experimentado como nuestra capacidad de adaptación se ha incrementado de forma exponencial, aunque también debe hacerlo nuestra capacidad de empatía, escucha, entendimiento, sintonía, porque no todos partimos del mismo lugar ni tenemos el mismo destino, ni las circunstancias nos son igual de adversas.