El fracaso es una parte ineludible de la existencia, y una parte muy importante en cualquier vida de éxito. Aprendemos a andar cayéndonos; a hablar, balbuceando; a encestar, no encestando; y a colorear el interior de un cuadrado saliéndonos de la raya. Existe la creencia bastante común de que una vida feliz se compone de un interminable flujo de emociones positivas acumuladas a base de éxito, y que una persona que experimente envidia o rabia, decepción o tristeza, miedo o ansiedad no puede ser realmente feliz; en realidad, experimentar estas emociones y aprender a desplegarlas constituye una fuente fundamental de aprendizaje vital.
Hay personas, aquellas que llevan la exigencia personal al límite, para las que el fracaso no tiene cabida, el recorrido ideal hacia sus objetivos es el más corto, el más directo, la línea recta. Las cosas están bien o mal, son buenas o malas, mejores o peores, son éxito o fracaso. No hay áreas grises, no hay matices, sino una mentalidad del todo o nada. Sin embargo, para otras, el fracaso constituye una parte inevitable del viaje de trasladarse desde donde están hasta donde quieren estar. Consideran que el recorrido no es una línea recta, sino que a lo largo del camino habrá varios desvíos, que pueden resultar necesarios y valiosos en sí mismos.
Las personas que temen el fracaso, y no lo aceptan para sí mismas ni para los demás, lo perciben como evidencia de errores e imperfecciones, perciben las críticas como algo potencialmente catastrófico, como un ataque a su valía personal. Los reconocemos porque suelen adoptar una actitud extremadamente defensiva y, en consecuencia, son incapaces de valorar el aprendizaje que de ello pueden extraer, son extremadamente duros consigo mismos, y también con los demás. Cuando cometen un error o fracasan, son implacables. Su dureza se origina en la creencia de que es posible ir por la vida sin cometer errores. Consideran que los errores son evitables y, por lo tanto, la severidad supone una forma de asumir la responsabilidad. Hay en estas personas, al menos en parte, una necesidad de controlar todos los aspectos de su vida.
Por el contrario, quien está abierto a las sugerencias, reconoce el valor del feedback, aunque puede que no le guste que le señalen sus fallos, se toma el tiempo necesario para considerar la validez de las críticas, y para analizar cómo puede aprender de ellas y mejorar. Asumen la responsabilidad de sus errores y aprenden de sus fracasos, aceptando que es inevitable equivocarse y experimentar fracasos. Son mucho más comprensivas con sus fallos, y mucho más indulgentes consigo mismas. No obstante, también reconoce que no todos los sucesos negativos cuentan con un lado positivo, que en la vida ocurren muchas cosas desfavorables y que, en ocasiones, una reacción negativa a los acontecimientos resulta muy apropiada.
Aunque se nos enseña a buscar el éxito, el verdadero aprendizaje viene de como abordamos el fracaso, ya que a lo largo de la vida es posible que en la cuenta de resultados sumemos más fracasos que logros, pero este hecho no ha de suponer en absoluto, una merma en nuestra valia, ni en nuestra satisfacción personal.
No es casualidad que algunas personas con gran éxito a lo largo de la historia hayan acumulado una gran cantidad de fracaso previo.
Estos dos casos son sobradamente conocidos: Thomas Edison, que registró 1093 patentes -incluidas las asociadas a la bombilla, el fonógrafo, el telégrafo y el cemento-, declaró orgulloso que había naufragado en su travesía hacia el éxito. Y luego está el joven que a los 22 años perdió su trabajo. Un año después decidió probar suerte en política, se presentó como candidato al Parlamento y fue rechazado. Entonces, lo intentó en la empresa y fracasó. A los 27 años sufrió una crisis nerviosa, pero se recuperó, y con 34 años y bastante más experiencia, se presentó candidato al Congreso. Perdió. Cinco años después, volvió a ocurrir lo mismo. Lejos de desanimarse por su fracaso, se marcó unos objetivos todavía más ambiciosos y, a los 46 años, presentó su candidatura al Senado. Al fracasar de nuevo, intentó que lo nombraran vicepresidente, de nuevo sin éxito. A punto de celebrar su 50 cumpleaños, tras varias décadas de fracasos y derrotas profesionales, volvió a presentarse al Senado y, de nuevo, no lo consiguió. Pero dos años más tarde, Abraham Lincoln, se convirtió en el decimosexto presidente de Estados Unidos.
"El fracaso, aunque obviamente no es suficiente, es esencial para conseguir el éxito. Si bien el fracaso no garantiza el éxito, la ausencia de fracaso casi siempre asegura la ausencia de éxito".