El mundo está hecho una pena. Ideas para mejorarlo no faltan. El problema es otro.
"Si quieres cambiar el mundo empieza por cambiarte a ti mismo", dijo Gandhi. Alguien añadió que "Cambiarte a ti mismo es una tarea titánica". Y es que cuando te dicen que para cambiar el mundo el primer paso es cambiar tú, te parece que el paso es tan corto que nunca llegarás a ningún sitio. Y es posible que no llegues lejos pero, desde luego, hasta que no intentas dar ese paso no te das cuenta de lo complicado que es. Entonces decides que realmente no se trata de un simple paso. Que es más bien una travesía que va requerir de más de una parada. Porque, cuando marcas el itinerario, ves que así, de golpe, no vas a llegar al destino. Así que te planteas varias paradas. Y según vas trazando el trayecto, resulta que el viaje se complica, y una corta parada se convierte en una estancia con hotel incluido, porque vas a necesitar un descanso antes de seguir con el camino. Y la corta estancia se va alargando por distintos motivos: porque seguimos cansados ya que el esfuerzo nos ha agotado; porque ahora estamos cómodos y, total, no hay tanta prisa; porque hemos perdido el tren; porque la ruta inicial ha resultado ser muy complicada y hay que buscar otra; porque nos hemos perdido y no sabemos ni dónde estamos ni adónde vamos... El caso es que cuando nos vamos a dar cuenta seguimos prácticamente en el punto de partida. Eso con suerte, porque en algunas ocasiones, incluso nos hemos alejado más de nuestro destino final. Así que en ese momento pensamos que quizás sería preferible que cambien los demás. Pero los demás no tienen intención ninguna de cambiar o están en alguna de esas paradas de su viaje, tranquilamente aposentados o totalmente perdidos, decidiendo si siguen adelante o buscan a alguien a quien cambiar. Y mientras tanto, el mundo sigue como estaba: hecho un asco.
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