La vida no es fácil. Todos lo sabemos. Por diversos motivos, para algunos es más complicada que para otros. Pero, en cualquier caso, no es fácil.
Curiosamente, una de las mayores fuentes de dificultades proviene de nosotros mismos. La sociedad es una barrera, eso es cierto. Nos "obliga" a trabajar sin descanso para tener un mejor estatus social y económico; nos impulsa a hacer dietas y matarnos en los gimnasios para tener un cuerpo espléndido como el de los modelos de las revistas; nos insta a seguir normas sociales y éticas que a veces no son beneficiosas para nadie y sólo nos agobian...
Estamos llenos de deberes y responsabilidades. Muchas de ellas necesarias cuando se vive en sociedad. El respeto a los demás es básico para que las cosas funcionen como deben y nadie salga perjudicado.
Pero otras normas no benefician a nadie. Son fruto de valores excesivamente rígidos y, en muchos casos, falsos. En su base están nuestras creencias erróneas (consultar la serie que escribió José Luis Bueno sobre las 11 creencias irracionales de Albert Ellis). Así que bajo estos valores, asentados en creencias erróneas, nos autoinfringimos castigos de todo tipo, físicos y psicológicos. Pongamos un ejemplo:
Si tengo la creencia de que debo estar delgado/a, pensaré que no debo comer de más. Pero como me gusta comer, porque es uno de los pocos placeres que me quedan al final del día, después de haberme dado un madrugón, discutido con los niños porque llegaban tarde al colegio, pillado un atasco monumental, trabajado 10 horas, preparado la cena, vuelto a discutir con los niños, esta vez para que se acostaran... me he comido media barra de chocolate porque era lo que más me apetecía en el mundo. Y entonces, ¿qué ha pasado? Que me he sentido fatal. "Un fracasado/a que no es capaz ni de hacer una simple dieta, una persona sin fuerza de voluntad que no va a llegar a nada en la vida porque, ¿cómo va a conseguir algo bueno alguien que no puede ni resistirse a una barra de chocolate?". Y podríamos seguir con todo tipo de autocríticas destructivas. |
No sólo es la comida. Son muchas otras cosas: no puedo decir que no alguien que me pide un favor, no debo descansar y tomarme tiempo para mí mismo...
Debido estas creencias erróneas, nos convertimos en nuestros peores enemigos y nos autoimponemos normas y deberes que no conllevan nada bueno para nosotros ni para los que nos rodean. Qué mejor ejemplo para ilustrarlo que esas personas que se ponen a dieta y se les agría el carácter, y acaban pagando los platos rotos con todo aquel que se les pone a tiro.
Así que a veces es necesario que nos queramos un poco más y hacernos pequeñas concesiones. Regalarnos pequeños placeres que hacen el día a día más llevadero. Son regalos que no suponen una gran inversión de tiempo ni de dinero, pero que pueden tener un gran impacto en nuestro bienestar.
Regálate de vez en cuando un baño caliente o una taza de chocolate, tumbarte a leer un libro o pararte en un banco de un parque a disfrutar de una canción...
Pero, tras hacerte el regalo, acuérdate de la parte más difícil: no culparte por ello. De nada sirve darse "un lujo" y luego estar arrepintiéndonos de ello durante horas o días. Debemos aprender a disfrutar esas pequeñas cosas. Disfrutarlas en el más amplio de los sentidos:
Así que hazte un regalo cada cierto tiempo (a ser posible a diario) y hazlo sin remordimiento. Porque esa pequeña inversión puede tener grandes beneficios, no sólo para ti, sino también para los que te rodean.