La pasión y entusiasmo por lo que uno hace, tienen un efecto contagioso, que es difícil de ocultar. Sucede lo mismo con la apatía o desinterés.
Escribo este post a raíz de una entrevista que mantuvimos la semana pasada con un posible futuro cliente. La entrevista transcurrió del modo en el que suelen hacerlo la mayoría, uno cuenta a que se dedica, que tipo de proyectos aborda, en qué modo y manera lo hace, trayectoria en el mercado, características de la organización, etc., etc. Hasta aquí, todo dentro de lo esperado, sino no fuera porque fue nuestro interlocutor el que hizo la exposición a cerca de su propia empresa. Una entrevista comercial invertida, diría yo. Yo por mi parte encantada ya que me ofreció la posibilidad de conocer y aprender un montón de cosas de un sector industrial poco conocido.
El pensamiento con el que salí de esa reunión fue: "cuando uno siente pasión por lo que hace y disfruta con ello, es casi imposible no transmitirlo".
En cada una de las palabras de nuestro interlocutor se podía sentir el gusto por lo que hacía, el disfrute al contar como conseguían transformar una materia prima procedente de la naturaleza en lo más simple o lo más complejo.
Seguramente no tenía ninguna intención de manifestar su pasión por lo que hacía, hasta es posible que no lo perciba en su propio discurso, pero así llega al interlocutor.
Lo que quiero decir, es que cuando uno disfruta con lo que hace, ese interés, esa fuerza, esa ilusión, esa energía, esa implicación se manifiesta de múltiples formas, y es fácil de percibir.
Sucede exactamente lo mismo en sentido contrario, cuando uno no disfruta con lo que hace, esa ausencia de interés, de motivación también se transmite, y es también difícil ocultarla.
Desgraciadamente, es más habitual el segundo caso que el primero. En la forma en que uno habla sobre su propio trabajo, hay un montón de indicadores que nos permiten entrever esa ilusión o desinterés.
Por supuesto, esa ilusión, o lo contrario, es contagiosa a todo tipo de interlocutores con los que uno se relaciona en el entorno laboral, iguales, superiores, inferiores, proveedores, clientes, etc.
Este hecho es muy importante, ya que si tenemos en cuenta la ley de reciprocidad, probablemente uno reciba lo que da. Nada tiene que ver desarrollar un proyecto, comprar un producto, vender un servicio, etc. con alguien que nos manifiesta su entusiasmo con lo que hace, que hacer lo mismo con alguien que nos manifiesta su desidia.
Esta pasión no sólo transmite el gusto del interlocutor por lo que hace, sino que genera en quien la recibe muchas sensaciones que se convierten en pensamientos, sentimientos y en muchos casos en conductas concretas en su/sus receptores.
Esto se ve muy claro en la actividad comercial. Los vendedores estrella son aquellos que consiguen transmitirnos su pasión por el producto que venden, con esa pasión nos generan confianza, seguridad, placer, tranquilidad, expectativas, etc.
Es bastante posible que la pasión y el desinterés sean las posiciones extremas de un continuo en el que la mayoría se situaría en una posición intermedia.
Lo que está fuera de toda duda, es que tanto una posición como la otra, tienen un gran poder de arrastre y se transmiten haciendo eco.
Todo aquello que nos impacta verdaderamente al punto de generar una sensación, emoción y comportamiento, es fruto de la pasión con la que ha sido pensado, gestado, creado, desarrollado, manifestado. No hay nada más satisfactorio que disfrutar con lo que uno hace, tanto para quien lo da, como para quien lo recibe. Tanto la pasión y entusiasmo, como la apatía o desinterés, acaban provocando los mismos sentimientos y sensaciones en quien los recibe.