Desde Tokio

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José Luis Bueno Blanco

Me encuentro en Japón pasando unos días. En concreto en Tokio. Como cada vez que uno sale de su entorno habitual descubre que hay "otras formas de hacer las cosas". El mundo puede tener configuraciones diferentes a las que estás habituado a ver. Y supongo que ésto es lo que más sorprende de viajar. No solo lo que es diferente, sino lo que es diferente perteneciendo a lo cotidiano. Claro que te impresiona ver el Templo Kiyomizudera por el que he paseado esta tarde en Kyoto. Pero me impacta y me sugiere una profunda reflexión el que haya estado media tarde con un resto de comida que había comprado en un puesto en la calle porque en Japón no hay papeleras en las calles, y claro no tenía forma de deshacerme del sobrante. Por supuesto no ves un papel en el suelo, ni en los jardines. Todo limpio y ordenado.

Muchos son los aspectos que me están impresionando de Japón. Uno de los que más me asombran es cómo pueden hacer para organizarse tan bien, tantos y en tan poco espacio. Con un área metropolitana de 36 millones de personas, tienes la sensación de que "ésto es grande" porque al mirar desde el mirador de alguno de sus rascacielos, por ejemplo el del ayuntamiento, ves todo su espacio ocupado por edificios hasta donde se pierde la vista y en cualquier dirección. Sin embargo, cuando bajas a pie de calle no hay excesivo ruido, de hecho no existe ruido si lo comparas con algunas de nuestras ciudades. Hay miles de personas circulando, por ejemplo en la estación de metro Shinjuku que es la más transitada del mundo, pero no tienes sensación de que exista aglomeración. Se circula ordenadamente, sin empujones, sin atropellos. Y todo ésto con una sonrisa permanente en sus interacciones. 

 

Hablando con persona españolas que viven en Tokio me comentan que "aquí la gente" es muy respetuosa con las normas. Rápidamente, pienso yo, ahí está la cuestión. Son como hormiguitas. Bien obedientes y adiestrados. Pero para contrastar esta imagen voy con la expectativa de verlos a todos igual, al menos en sus apariencias que es lo que puedo percibir. Y sin embargo me encuentro con mil estilismos. Cada uno viste a su manera. De una manera libre en su amplia acepción. 

Esta mañana, viajando en el shinkansen (tren bala), pasó el revisor comprobando los billetes. Por supuesto con una sonrisa y saludos que iba dedicando a cada pasajero. Al llegar al final del vagón, desde la puerta, se quitó la gorra de revisor e hizo una reverencia de agradecimiento. Y es que la atención al cliente en Japón es muy llamativa. Si tuviéramos que diseñar una formación para conseguir su estilo, hablaríamos de un curso en valores más que un entrenamiento en habilidades. 

Y por útlimo, más allá del programa de "humor amarillo", que era la única referencia que tenía del humor japonés, creo que son divertidos y con mucho sentido del humor. En cualquier caso amables y agradables.

Claro, que esta reflexión es fruto de mi experiencia personal totalmente sesgada y de solo unos días que sin embargo, me ayudarán a mejorar como persona y como ciudadano. Es lo que tiene viajar, que más allá de lo que puedas disfrutar viendo, hace que compares tu modelo de vida. Y, personalmente, siempre me ocurren dos cosas: aprendo a valorar más lo que tengo y aprendo a mejorar algunas cosas que, inevitablemente, tienen más versiones que la presuntamente absoluta que existe al inicio del viaje.

Sayonara.

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