La vida no alcanza más que el instante que vivimos. Todo lo que va más allá está por decidir y por construir.
El post de hoy iba a ser una despedida previa a la jornada vacacional que nuestro blog se toma en el mes de agosto, sin embargo, la noticia del tren que ha descarrilado en Santiago de Compostela me ha hecho, supongo que como a muchos de vosotros, pensar en el dolor y sufrimiento que todas esas personas están viviendo y seguirán viviendo ya para siempre.
Este pasado miércoles una gran tragedia cambió en un segundo la vida de cientos de personas. Santiago de Compostela que se preparaba para celebrar su gran fiesta anual, la fiesta del patrón de Galicia, Santiago Apóstol, se vio sorprendida por un convoy de vagones que abandonaban su trayectoria para estrellar con ellos las vidas de muchos de sus pasajeros, y las de otras muchas más personas que ya nunca serán las mismas.
La alegría y la euforia de las fiestas dieron paso a la tristeza, la pena y el dolor que marcaran para siempre esa fecha trágica.
La única parte positiva que tranquiliza, conmueve y nos reconcilia con el ser humano, es ver las muestras de solidaridad desinteresada de los vecinos de Angrois, que no dudaron en lanzarse a las vías, aún a costa de poner en peligro su propia vida, para auxiliar a otros. Miles de personas dispuestas a donar sangre colapsaron los centros de transfusión, según datos de la Consejería de Sanidad de la Xunta, en solo una noche se recibieron suficientes bolsas para realizar 2.000 operaciones quirúrgicas. Personal sanitario de toda Galicia que estaba de vacaciones se incorporó de inmediato a hospitales y centros de atención continuada para colaborar en la asistencia. Los hosteleros acogieron gratis a las familias de las víctimas y hubo taxistas que los transportaron por la ciudad sin cobrarles ni un euro, cuando llegó la noche cerrada, los vecinos de sus casas bajaron linternas y usaron los faros de un quad para iluminar las labores de los servicios de emergencia.
Aunque todos estos comportamientos no apagan el dolor, al menos lo apaciguan. Cada vez que nos exponemos a una tragedia como esta, se abre en nuestra mente el deseo de vivir cada segundo ante el temor a que sea el último. Y es cierto, muchas de esas personas a las que vemos como espectadores estaban minutos antes haciendo planes para los próximos días, semanas, años y hasta algunos para el resto de su vida.
Nadie prevée que pueda ser protagonista en primera persona de algo así, pero la realidad nos demuestra que tragedias así suceden, suceden a personas, personas como cualquiera de las que viajaban en el tren, personas como cualquiera de nosotros.
Después de ello, todas pasan por momentos en los que se lamentan, a veces de por vida, de lo que podían haber hecho con sus vidas, de los momentos perdidos, las oportunidades pasadas, lo que ya nunca podrán ser.
Hoy hay 78 personas cuyas vidas experimentaron el pasado miércoles un giro tan inesperado como cruel, personas que ya no tienen oportunidad de decidir qué hacer con sus vidas, ya que esa posibilidad les ha sido arrebatada. Ellos ya no tienen oportunidad de cambiar, pero cada uno de nosotros sí la tenemos. El sufrimiento en general, propio o de otros, suele ser el mejor revulsivo para iniciar una manera de vivir y de estar, más fácil, humilde, simple, libre, solidaria, plena, preocupada, concentrada y orientada en torno de lo que realmente importa, y esto que realmente importa, en la mayoría de los casos, es en lo que menos nos concentramos en el día a día.
Simplemente quiero con este post expresar mi solidaridad y todo mi afecto por mi tierra y todos mi paisanos, los que sufren en este momento y los que han demostrado su solidaridad y preocupación por sus semejantes, abandonando la seguridad de sus casas por ayudar a otros, todos, cambiaron sus vidas la víspera de su gran día: Santiago Apóstol, el dolor pasará, pero las cicatrices permanecerán.