Hoy, 21 de septiembre, se celebra el día mundial del Alzheimer. Esta fecha ha sido elegida por la Organización Mundial de la Salud con el objetivo de dar a conocer esta enfermedad y difundir información al respecto, solicitando el apoyo y la solidaridad de la población en general, de instituciones y de organismos oficiales.
Es, por tanto, un día perfecto para hablar sobre un libro que he leído recientemente.
Son muchos los "imprescindibles" que tiene esta vida: lugares que obligatoriamente se deben visitar, películas que no debemos perdernos, canciones que hay que escuchar...
En este orden de cosas, y no tanto por motivos estéticos, a mi modo de ver el libro de Graham Stokes, "Y la música sigue sonando", estaría dentro de esta lista.
"Y la música sigue sonando" es la historia de 22 personas que sufren algún tipo de demencia y de las personas que las rodean. Historias contadas con sensibilidad pero sin sensiblería. Desde un enfoque profesional pero comprensible para todos.
Graham Stokes es psicólogo clínico y director del Departamento de Demencia de la Bupa Care Services. Su experiencia con personas con demencia y sus familias y cuidadores convierten su libro en un "imprescindible" por varios motivos:
Una de las mayores dificultades es comprender al enfermo, sus necesidades y por qué se comporta de un modo tan diferente y "poco adecuado".
Stokes nos proporciona las claves para entender mejor lo que sucede y, como él mismo dice: "la comprensión del comportamiento de una persona no sólo nos ayuda a encontrar soluciones a los problemas, sino que también puede hacer que los demás sean más tolerantes con él". Y la tolerancia conlleva la posibilidad de sobrellevar la situación, aunque ésta básicamente no haya cambiado".
De este modo, a lo largo de las historias que nos relata, podemos ver cómo, si somos capaces de ver más allá de la enfermedad, podemos encontrar las claves para mejorar la calidad de vida de enfermos y cuidadores. Porque "es necesario tener perseverancia y dedicación para comprender el mundo interior destruido de personas que, en ocasiones, sufren tormentos inimaginables".
Stokes se las ingenia para, casi como en una novela policiaca, encontrar las causas de los comportamientos más alterados a través de claves halladas en la historia personal (hábitos, miedos, intereses...) de cada enfermo. Nos enseña que, hasta en el comportamiento más ilógico, podemos encontrar la lógica si seguimos viendo a la persona por encima del diagnóstico.
Muy por el contrario, Stokes afirma: "Más de un tercio de personas con demencia viven en residencias, no porque sus familias les hayan fallado, sino porque sus necesidades son tan complejas y de tal magnitud que necesitan la ayuda que sólo pueden prestar profesionales especializados, teniendo en cuenta, además, que muchos de ellos necesitan esa ayuda en momentos frecuentes e impredecibles. No cabe esperar que la pareja bondadosa y comprensible de una persona con demencia que hace todo lo que puede en su casa para cuidarle pueda hacer todo lo que es necesario a medida que progresa la demencia de su pareja, y no es razonable que los demás hagan creer a los familiares de una persona con demencia que lo que deben hacer es seguir cuidándoles en casa a pesar de que les es imposible hacerlo".
Las historias del libro demuestran que esto es así y que el empeño por seguir manteniendo a la persona en casa es, muchas veces, contraproducente, no sólo para la familia, sino para el propio enfermo. Esta creencia sólo sirve para crear en las familias una presión física y psicológica que tiene unas consecuencias nefastas para la vida familiar, social y profesional de la persona que se responsabiliza de su cuidado.
Este libro es, por tanto, un imprescindible para comprender y con ello, aliviar en la medida de lo posible, las consecuencias de esta enfermedad a la que parece que nos condena el constante incremento de la esperanza de vida.