Llevo un tiempo ya constatando que estamos rodeados de caraduras. A saber, gente que no se le caen los anillos por su esfuerzo y que vive sistemáticamente a expensas del esfuerzo, trabajo y logros de los demás.
Son un perfil de persona que en primera instancia suele engañar porque resulta agradable, amable y del todo creíble, nada sospechoso de los abusos que luego pueden llegar a cometer.
Se crecen en la confianza y buena fe de las personas con las que se relacionan y siempre tiene buenas palabras. Por supuesto, evitan cualquier tipo de confrontación, incluso cuando las cosas ya se ponen difíciles.
Son expertos en dar largas, en ir enrollando la madeja para ganar tiempo, y entre excusa y excusa van acabando con la paciencia de cualquiera.
Son difíciles de detectar. En mí experiencia, que ya unos cuantos me he topado, hay una característica inicial que, a la larga, se verifica como sospechosa, y es la buena disposición y facilidad para todo, previo a cualquier comienzo. Donde otros ponen quejas, dudas, dificultades, a ellos todo les va bien. El caso es tirar y empezar con el embrollo.
Depende del entorno y contexto en el que nos los encontremos, y de la buena fe de aquel del que se aprovechan, alimento fundamental que les da vida, el darse cuenta de sus intenciones reales, puede llevar más o menos tiempo.
Se trata de embaucadores natos, con una gran capacidad de embarullar los hechos, y de ir ganando tiempo en sus fechorías en el corto plazo, a través de generar expectativas de solución que luego nunca se confirman, y de evitar la confrontación, esgrimiendo como excusa sus buenas intenciones en todo momento.
Lo más triste, es que, por lo general, suelen salir impunes, ya que uno acaba tan hastiado de la situación, que lo que quiere es pasar página lo antes posible, y ahí está su victoria.
Al final, uno acaba experimentando un sentimiento mezcla entre liberación e ira contenida. Y aunque en algún momento podamos llegar a experimentar un cierto sentimiento de disgusto contra nuestra buena fe, lo cierto es que visto en perspectiva, este tipo de personas viven en una huida hacia adelante continua, generando como "modus vivendi" pantallas de humo que impidan ver lo que son realmente.