José Luis Sampedro y el humanismo

Humanismo: " Doctrina o actitud vital basada en una concepción integradora de los valores humanos"

 

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El festival de novela policiaca, Getafe Negro, el pasado martes 19 de Octubre, rindió homenaje a José Luis Sampedro, con cuyo nombre bautizó el premio que se le entregó a él mismo en esta edición y que,  a partir de la próxima, se entregará a escritores que promuevan los valores humanistas al igual que lo hace Sampedro.

Fotografía, de izquierda a derecha, Pedro Castro (Alcalde de Getafe), Rogelio Blanco (Director General del Libro del Ministerio de Cultura), Carlos Berzosa (Rector de la Universidad Complutense de Madrid), José Luis Sampedro y Lorenzo Silva (escritor y comisario del festival Getafe Negro).

El acto se celebró en el Aula Magna de la Universidad Carlos III. Junto con Jose Luis Sampedro, en la mesa se sentaron Carlos Berzosa, Rector de la Universidad Complutense de Madrid y Lorenzo Silva, escritor y comisario del festival. Ambos alabaron el trabajo de Sampedro como profesor, economista y escritor.

He de reconocer que me sentí profundamente emocionada cuando le vi aparecer y más aún cuando comenzó a hablar,  y es que Sampedro es de esas personas a las que podrías estar escuchando durante horas. Tras una calurosa ovación comenzó a hablar con la voz temblorosa, ´no estoy conmovido, estoy enternecido´, el aplauso se redobló. Centró su discurso en el humanismo o, mejor dicho, en lo mal que vamos de humanismo, en lo poco que hemos avanzado socialmente. Se preguntó cómo la humanidad, con los grandes logros técnicos, el progreso,  los descubrimientos científicos,  no ha evolucionado apenas como sociedad. Por qué tenemos los mismos problemas que 2000 años atrás, cómo es posible que el capital domine las sociedades y la desigualdad sea tan profunda entre los individuos. ¿Pero cómo no hemos aprendido? Se preguntó. Nos preguntó.

Aludió a la juventud de su audiencia, para reivindicar no sólo el derecho a vivir, si no el deber de vivir. El deber de disfrutar cada momento, de ´vivirse´ a uno mismo, y sobre todo, el deber de reflexionar. Nos rogó al pensamiento libre, porque sólo con esa libertad se alcanzará, dijo, el concepto de ciudadanía. Finalmente nos reiteró que somos nosotros los jóvenes lo que tenemos que tomar el rumbo porque ´de un viejo como él ya no se puede uno fiar´, concluyó.

Escuchar este discurso me ha llevado a una dura reflexión. En nuestra sociedad, estamos tan atareados y preocupados en nuestras propias obligaciones, centrados en nuestro yo, vamos tanto a lo nuestro que, salvo raras excepciones, nos da igual lo que les pase a los otros mientras nosotros consigamos lo que queremos, no sabemos, ni queremos saber nada del concepto de humanismo. Y de nuevo me viene a la mente esa pregunta ¿Pero cómo no hemos aprendido? Cómo es posible que otras personas estén sufriendo, incluso muriendo, a costa de nuestro bienestar y que, aún sabiéndolo, no hagamos nada por cambiarlo.

Para los que no hayan leído nada de Sampedro les recomiendo La Vieja Sirena o el Amante lesbiano, son mis preferidos.

José Luis Sampedro ocupa desde 1991 la letra F en la Real Academia de Lengua Española, os dejo un fragmento de la parte final de  su discurso de ingreso, ´Desde la Frontera´:

"Me esforzaré por no desentonar en esta Casa y, por si en alguna ocasión no lo consigo, permitidme justificarme de antemano concluyendo con una leyenda  japonesa:

En un antiguo monasterio el monje jardinero llevaba varias semanas preocupado. Había anunciado su visita el abad de otro cenobio cuyo jardín era reputadísimo, e importaba no desmerecer ante sus ojos. Para eso el monje venía perfeccionando el pequeño microcosmos de su jardín, repasando las ondas de arena finísima que representaban el océano, tallando el boj delimitador, aclarando el musgo y los líquenes que envejecían la roca central, símbolo de la montaña sustentadora del cielo. La víspera de la anunciada visita su propio abad acudió a felicitarle, pero el monje se sentía inquieto ante su jardín: algo faltaba. De pronto tuvo una inspiración. Se acerco al cerezo que descollaba entre los arbustos y sacudiéndolo con cuidado logró desprender de una rama la primera hoja del otoño. La hoja osciló despacio en su caída y se convirtió en una mancha amarillenta sobre el verdor impoluto del césped. El monje sonrió: el jardín perfecto quedaba completado con la imperfección. Ahora si representaba el cosmos.

Quisiera poder desempeñar aquí, al menos, la misma función que aquella hoja..."

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