¿Ser guapos es importante? Casi todos, en el fondo, pensamos que sí, pero quizás no somos conscientes de cuánto.
El nombre de Jeremy Meeks quizás no os diga mucho. A lo mejor si menciono que es considerado el "preso más guapo del mundo" os empiece a sonar. Efectivamente, este hombre, arrestado por posesión ilegal de armas y pertenencia a banda armada, tiene un futuro bastante halagüeño. No es ninguna hermanita de la caridad, pero tuvo la suerte de que su ficha policial se filtrara a las redes sociales y se convirtiera en un fenómeno social con rapidez. De este modo, gracias a su atractivo físico no sólo consiguió que un grupo de fans crearan una campaña de crowfunding para pagar su fianza, sino que además, ha logrado ser representado por una famosa agencia de modelos de los Ángeles, que le podría asegurar contratos por más de 15.000 euros al mes. No está mal para un delincuente.
Y es que Jeremy sólo se está beneficiando un sesgo cognitivo que nos hace extender un rasgo de una persona a todas las demás características de la misma. De este modo, el denominado "efecto halo", nos lleva a considerar que una persona, por ser guapa, es también más inteligente, simpática, honesta, generosa...
Este efecto es ampliamente conocido por las personas que realizan selección de personal. Se alerta ante él a la hora de tomar decisiones para contratar a alguien, porque es habitual que los seleccionadores se vean influidos tanto positivamente como negativamente por un rasgo concreto de una persona y extiendan éste hasta el punto de afectar a todas las demás características de la persona. De este modo, se ha comprobado, por ejemplo, que las personas con sobrepeso suelen tener menos posibilidades de ser contratadas que una persona atractiva.
Pero no es el único ámbito en el que este efecto puede tener serias consecuencias en la toma de decisiones. Un estudio realizado desde la Universidad de Cornell desveló que un criminal feo tenía todas las papeletas de recibir una condena más dura. Hasta 22 meses más.
Lo mismo se ha comprobado con los niños (que reciben más castigos si son percibidos como feos), los políticos (que reciben más votos cuanto mayor es su atractivo), los ejecutivos (que son más fácilmente ascendidos si son guapos), el marketing (donde un modelo atractivo vende más porque genera más confianza)... y así en todos los ámbitos.
El problema de este efecto es que no es consciente, así que difícilmente nadie admitirá que le está influyendo para tomar una determinada decisión. Pero, ahí está, y las pruebas lo confirman una y otra vez. Tanto, que incluso juega un papel importante en otro efecto psicológico conocido: el efecto Pigmalión. Ese por el que nuestras creencias sobre el rendimiento de una persona acaban haciéndose realidad. De este modo, en un proceso más complejo, se ha visto que si un profesor percibe a un niño como guapo, su percepción general mejorará y con ello también sus expectativas sobre lo que es capaz de hacer, por lo que éste acabará mostrando un rendimiento más alto. Por el contrario, una característica física negativa podría empeorar significativamente la percepción del profesor, logrando que a largo plazo, el niño acabe mostrando todas esas cualidades negativas que erróneamente se le atribuían.
Así, y sin quererlo, podemos estar empujando a que una persona cometa más faltas sólo porque la consideremos más fea, mientras que el niño guapo (ese que nos parece imposible que haya hecho nada malo con esa cara de angelito), tendrá el camino allanado para triunfar.
En resumen, que aunque sea complicado, debemos ser muy conscientes de cómo estos efectos pueden influir en nosotros a la hora de tomar determinadas decisiones y el efecto exponencial (positivo o negativo) que puede tener en la persona el ser juzgada por una única característica, en muchos casos inicialmente irrelevante.