Bajarse del burro

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Patricia Lanza

Sólo hay que mirar alrededor para darnos cuenta de que hay mucha gente que no se baja del burro. Yo misma soy una de ellas. Y es que aunque el ser humano se tilde a sí mismo como "racional" la realidad es que distamos mucho de serlo. Y así, aunque la realidad nos demuestre una y otra vez que estamos equivocados, una vez subidos al burro no hay quien nos baje.

Por ejemplo, se nos antoja algo. Aunque alguien nos recomiende no comprarlo y nos proporcione argumentos más que razonables para disuadirnos, los nuestros (basados en creencias preestablecidas y posiblemente erróneas) eliminan cualquier amago de cambiar de opinión.

Un ejemplo propio: he pensado comprar una licuadora. Mi madre me advierte: "No la vas a usar y abulta mucho. Es un engorro y al final se va a quedar ahí muerta de risa. No la compres". Pero yo tenía mis razones: "Hay que comer fruta. Es muy sana pero no suele estar muy buena y me da mucha pereza. La única forma es hacerme unos zumos. La licuadora es la solución perfecta."

¿Qué paso? Que compré la licuadora. Pero resultó que para hacer medio vaso de zumo se necesita un kilo de fruta. La mitad se queda en pulpa, piel, huesos... No tengo tanto sitio para fruta ni tiempo para estar comprándola tan a menudo. Limpiarla cuesta mucho.... En resumidas cuentas, la licuadora está ocupando sitio (mucho sitio) en un armario. Pero de mi boca difícilmente saldrá un: "Tenías razón, me equivoqué", porque me cuesta bajarme del burro.

Este fenómeno de "no bajarse del burro" tiene un nombre más técnico que (teniendo en cuenta que nos dedicamos a la formación) es seguramente más adecuado. Leon Festinger lo denominó "disonancia cognitiva".

La disonancia cognitiva fue estudiada por Festinger y su equipo a raíz del análisis de una secta cuya líder (Marian Keech, un ama de casa) recibía mensajes de los extraterrestres a través de la escritura automática. Sus amigos los extraterrestres le habían anunciado el fin del mundo. El cataclismo estaría causado por un diluvio la medianoche del 21 de diciembre de 1954 y sólo unos pocos podrían librarse. Así que la líder y sus discípulos lo abandonaron todo (familia, trabajo, casa...) y se prepararon para la llegada del ovni que les rescataría.

Evidentemente, el mundo no se acabó. A las 00:05 del día 22 la cara de los seguidores de la Sr. Keech debía ser todo un poema. Pero, ¿dijeron "nos hemos equivocado"? Aunque algunos llegaron a la conclusión de que todo había sido un engaño, en muchos otros se produjo un efecto paradójico y su creencia aumentó. La "desconfirmación" conllevó un incremento de la fe y el compromiso con sus convicciones. La justificación venía de la idea de que si no había pasado nada era porque su fe en Dios había salvado el mundo de la destrucción a la que estaba irremediablemente avocado. Porque si algo se nos da bien a los seres humanos son las justificaciones a posteriori.

Así que Festinger llegó a la conclusión de que cuando una persona está fuertemente comprometida con una creencia y, sobre todo, si ha llevado a cabo actos irrevocables relacionados con la misma, aunque se presenten pruebas inequívocas de que dicha creencia es errónea, la persona no sólo no pondrá en duda la misma, sino que acabará aún más convencida de su veracidad. Aumentará su fervor y hará grandes esfuerzos por convencer a los demás. Además, evitará cualquier situación o información que pueda aumentar esa disonancia, es decir, cualquier cosa que demuestre que se equivocaba.

Esto que vieron Festinger y sus colaboradores lo podemos ver en mayor o menor escala en nuestro día a día. Básicamente, si me he subido al burro, y cuanto más me haya costado ponerme encima, menos probable es que me baje. Y si alguien trata de convencerme para que lo haga, entonces me agarraré con más fuerza.

Por lo tanto, y sabiendo esto, lo mejor que podemos hacer si vemos a alguien fuertemente asentado sobre su burro es evitar mencionarle que no es el mejor medio de transporte.

 

 

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