Por casualidad se encontró la felicidad

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Patricia Lanza

 

Mihály Csíkszentmihályi (MC a partir de ahora, ya podéis imaginar por qué) cuenta que llegó a la Psicología por casualidad.

Después de la II Guerra Mundial la mayoría de las personas tenían serios problemas para sentirse felices. Cuando lo has perdido todo, cuando has sentido el miedo más profundo, la inseguridad, cuando has visto tanta muerte... buscar la felicidad parece una utopía. Incluso tras la vuelta de la paz para muchas personas la vida seguía siendo una tarea compleja. En ese contexto MC quiso averiguar qué era lo podía hacer sentir esa ansiada felicidad. Qué era lo que le daba sentido a la vida.

Los estudios han demostrado que el nivel económico no es, ni mucho menos, la clave. Una vez que se tienen los ingresos que permiten cubrir las necesidades básicas, ganar más no significa, en absoluto, ser más felices.

Así que, en su afán por averiguar qué era lo que realmente hacía feliz a la gente, MC empezó a interesarse por distintas áreas de conocimiento: la filosofía, el arte, la religión...

Un día (según él), por casualidad, y no teniendo nada mejor que hacer, decidió acudir a una charla gratuita que acabó interesándole mucho. Tanto fue así que decidió leer más libros del ponente: "un tal Carl Jung". Así se introdujo en el mundo de la Psicología y en el estudio de la felicidad. Por casualidad.

Le interesaba, sobre todo, lo que hacía felices a las personas en su día a día. No quería centrarse en grandes acontecimientos ni situaciones excepcionales, sino en eso que nos mueve en nuestra vida cotidiana. Así que empezó a entrevistar a personas creativas: artistas, científicos... Quería saber qué era lo que les llenaba tanto de su trabajo a pesar de no ganar mucho dinero con sus profesiones.

Después de varias entrevistas acabó encontrando algo en común entre todos ellos: un estado de "éxtasis" que se producía mientras hacían su trabajo. No era algo que consiguieran yendo a algún lugar, haciendo algo especial, ni siquiera algo que pudieran planear. Era algo que conseguían cuando lograban una gran concentración en lo que estaban haciendo. Tal nivel de concentración que todo lo que les rodeaba, incluso sus sensaciones y preocupaciones desaparecían. Algo que puede parecer casi místico o mágico si no fuera porque sabemos que el cerebro no puede atender más que a una cantidad limitada de información en simultáneo (más o menos 110 bits de información por minuto). Eso explicaba por qué el cerebro, plenamente ocupado en una tarea obviaba el resto.

Así que MC concluyó que somos felices cuando somos capaces de fluir, de llegar a este estado de concentración. Pero no sirve cualquier tarea ni cualquier situación. Deben cumplirse unos requisitos. El fluir conlleva:

  • Estar totalmente involucrados en lo que estamos haciendo, totalmente concentrados.
  • Una sensación de éxtasis que, de algún modo, nos saca de la realidad.
  • Una gran claridad mental que nos permite saber qué debemos hacer y cómo debemos hacerlo.
  • Una gran confianza en nuestras capacidades para poder hacer frente con éxito la tarea.
  • Un momento de serenidad, en el que todas las preocupaciones se disipan.
  • Una pérdida del sentido temporal, pudiendo pasar horas con la sensación de haber sido sólo unos pocos minutos.
  • Y todo ello genera satisfacción por sí mismo, de modo que la actividad que estamos haciendo, la que ha sido capaz de suscitar este estado de flujo, tiene la capacidad de causar motivación intrínseca: no necesitamos nada más.

 

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