La codicia nos hace esclavos.

Arthur Schopenhauer dijo: "La riqueza material es como el agua salada, cuanto más se bebe, más sed da".

 

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Nuria Fernández López

Continuamos con la serie de emociones. Hoy he elegido la codicia, de la que con un simple vistazo a nuestro alrededor o incluso a nosotros mismos encontraremos varios ejemplos.

Si hablamos de codicia podemos encontrar un sinfín de frases cuyo mensaje de fondo es siempre el mismo. Esta del Dalai Lama puede tomarse como ejemplo de lo que otras muchas sentencian: "no importan las posesiones o condiciones externas, ya que estas nunca proporcionarán a la persona la sensación de alegría y felicidad que busca.".

Sin embargo, a pesar de que es de sentido común la verdad que se refleja en ellas, a los seres humanos en general,  y sobre todo en sociedades como la nuestra, nos cuesta mucho vivir bajo esta premisa. Tendemos hacia la ambición buscando una vida que siempre va hacia el más y mejor, y que se convierte en una esclavitud permanente en la búsqueda de algo que nunca llega.

Si hay algo de bueno en los momentos que nos está tocando vivir, es que ya  hay una cierta conciencia que nos lleva a comprender que podemos vivir sin muchas de las cosas que anhelábamos y ambicionábamos, y que nos esclavizaban en una búsqueda sin fin.

Claro que esta es una cara de la moneda, porque en la otra cara hay infinidad de personas que aún ambicionado más de lo que necesitaban, se han quedado con lo mínimo para poder vivir o incluso sobrevivir.

¿Dónde termina entonces la necesidad y dónde comienza la codicia?

 "Somos seres ambiciosos de una vida que siempre ha de ir a más y mejor; con la triste condena de que una vez que alcanzamos la meta, dejamos de querer lo que queríamos porque ya lo tenemos; deseando una vez más aquello de lo que carecemos."

Etimológicamente la palabra codicia  procede del latín cupiditas, que significa "deseo, pasión", y es sinónimo de "ambición" o "afán excesivo".

Por tanto, codicia  seria el afán por desear más de lo que se tiene, la ambición por querer más de lo que se ha conseguido. No importa lo que hagamos o lo que tengamos, siempre se quiere más. Es insaciable, y nos lleva a perder de vista lo que de verdad importa y necesitamos realmente.

 

 

Suelo conservar los artículos que voy leyendo y que por distintos motivos me parecen interesantes. Uno de ellos publicado hace tiempo comentaba que "según las investigaciones científicas del economista norteamericano George F. Lowenstein, quien ha hecho bastantes aportaciones a una nueva disciplina denominada comportamiento económico (estudia la influencia que tiene la psicología sobre la economía, y ésta sobre la actitud y la conducta de individuos y organizaciones), cuando las personas son víctimas de su codicia, entran en una carrera por lograr y acumular poder, prestigio, dinero, fama y otro tipo de riquezas materiales. Quienes cruzan la línea una vez, tienden a cruzarla constantemente. Las personas codiciosas se engañan a sí mismas; siempre encuentran excusas para justificar sus decisiones y actos corruptos. El hecho de que los demás lo hagan, ya es suficiente para hacerlo.

Señala Lowenstein, que una vez ascienden por la escalera que creen les conducirá al éxito y a la felicidad, comienzan a ser esclavas del miedo a perderlo todo. De ahí que se vuelvan más inseguras y desconfiadas, invirtiendo tiempo y dinero en protegerse y proteger lo que poseen. Y no sólo eso. Se sabe de muchos casos en los que las personas codiciosas terminan aislándose de los demás, con lo que su grado de desconexión emocional aumenta, y su nivel de egocentrismo se multiplica". 

La siguiente historia no hace más ejemplificar lo ya expuesto.

Un político, un empresario y un intelectual visitaron al sabio Lao Tsé. Habían oído que era feliz. Al verle, los tres sintieron que su presencia emanaba armonía, paz y serenidad. "¿Acaso tienes poder sobre otros hombres?", le preguntó el político. Lao Tsé negó con la cabeza. "El único hombre del que soy dueño es de mí mismo". El empresario intervino: "¿Acumulas riquezas materiales?". El sabio volvió a negar. "Lo único que tengo son estas ropas que llevo puestas". El intelectual añadió: "¿Has alcanzado todo el conocimiento que los eruditos anhelan poseer?". Lao Tsé negó con la cabeza por tercera vez. "El único conocimiento que atesoro es el que me brinda mi experiencia". Desconcertados, los tres hombres preguntaron: "Y entonces, dinos: ¿cuál es la causa de tu felicidad?". El sabio sonrió: "La verdadera felicidad no tiene ninguna causa. Estoy vivo, y es lo único que necesito para ser feliz".

 

 

* Las series son un conjunto de post que giran en torno a una tem�tica y que pueden tener, en algunos casos, continuidad.

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