Hasta ahora creíamos que "somos lo que determinan nuestros genes". En mayor o menor medida, de estos genes se entendía que dependía nuestro aspecto físico, gran parte de las enfermedades que sufrimos... hasta nuestro carácter, según muchos, se gestaba en función de la herencia genética. Y esa herencia genética era inalterable: según nos llegaba de nuestros padres, así, se lo transmitíamos a nuestros hijos. La epigenética (término fue acuñado por C. H. Waddington en 1953 para referirse al estudio de las interacciones entre genes y ambiente que se producen en los organismos) hace referencia al estudio de los aspectos ambientales que pueden modificar la expresión de los genes. Es decir, la posibilidad de que aspectos ambientales lleguen a modificar aquello que inicialmente aparecía en nuestra cadena de ADN. Así, por medio de esta regulación epigenética, podemos decir que nuestro genoma es suficientemente plástico como para poder adaptar la expresión física de los genes (fenoma) al medio ambiente en el que se encuentra el organismo. Esta posibilidad abre un nuevo mundo de posibilidades, ya que se puede establecer que lo que nuestro estilo de vida (lo que comemos, el aire que respiramos, el ejercicio que hacemos, la relación que establecemos con los demás, el esfuerzo intelectual...) va a influir de forma directa en nuestra genética y, por tanto, en la de nuestros descendientes. De este modo, los cambios que se producen en nuestro organismo son mucho más profundos de lo que pensamos y no tienen unos efectos limitados a nuestro organismo, sino que también se transmitirán a nuestra descendencia. Algo en lo que pensar cuando decidimos qué estilo de vida llevamos (fumar o beber en exceso, hacer deporte, etc.). |