Ayer fue el día del Libro, en el que conmemoramos la muerte de Cervantes y Shakespeare.
Hoy, simplemente, se ha levantado nublado.
Como decía Cortázar, uno no elige la lluvia que le moja.
No es algo que uno pueda confesar alegremente pero yo trabajé en una librería. Tal y como van las cosas, quizás llegue un momento en que confesar mi ocupación laboral en el sector del libro a las próximas generaciones les suene poco menos a: "yo formé parte de la corte de Luis XIV". Mientras tanto, voy a revelar al menos un recurso que aprendí para distinguir rápidamente la buena literatura de la mala. Esta discusión que arrastramos desde hace centenares de años y que no tiene pinta de resolverse tan fácilmente es en realidad un invento de los libreros y la crítica literaria confabulados para confundir y vender -una y la misma cosa- su producto. Dicho lo cual, pasemos sin más dilación a lo que he llamado en alguna ocasión la prueba del algodón.
Tómese un libro al azar y obsérvese detenidamente. Repase uno el lomo, la cubierta y la contracubierta con parsimonia. Lea el título. Reflexione. Relea el título. Vuelva a reflexionar. De la vuelta al ejemplar y contemple la contracubierta reparando en los textos que aparecen. En su defecto, quizás el libro incorpore una faja de tonos estridentes con mensajes que reclaman su atención. A menudo críticos, opinadores, o personas humanas que, entre exclamaciones, exhiben su fascinación por el objeto que tiene entre manos. Ahora ya se ha formado una idea vaga de la obra. Quizás incluso menos vaga de la que tuvo el autor al escribirla. Bien, ahora viene la parte complicada. Con toda la información que zumba en su cabeza, formúlese la siguiente pregunta y observe como esos paquetes informativos se van articulando para ofrecerle una respuesta: ¿es un libro sobre el éxito o sobre el fracaso?
Si la balanza cae del lado del éxito, aléjese lo más posible del ejemplar. En el mejor de los casos perderá su tiempo y su dinero en orden inverso. En caso contrario, si se inclina hacia el fracaso -tranquilo, no soy su psicoanalista- simplemente ha llegado el momento de abrir el libro.
Entrar en esta segunda fase requiere un desarrollo que excede la naturaleza de un solo post y que pone en movimiento esos mil dolores pequeños que pueblan nuestra intimidad, así que me detendré aquí. No sin antes compartir una breve reflexión sobre la razón última que sostiene la irrefutable verdad de la prueba del algodón.
El lema de Beckett, fracasar mejor, sintetiza y sostiene la delicada teoría que da sentido a nuestras vidas. Por poner un ejemplo: ¿cuándo acaban todos los cuentos de hadas? ¿en qué momento aparece el The End de todas las películas? Cuando, después de múltiples contrariedades, decepciones, muertes, sonrisas y lágrimas, todo va bien (o al menos, no tan mal). Por todos lados se cuela la cultura del fracaso como estrategia vital. Y de eso sabían bastante Cervantes y Shakespeare.
Ahora que digo "sonrisas y lágrimas" me viene a la cabeza esa película tan loca de Robert Wise cuyo título original es The sound of music, y creo que voy a cerrar con esto. Es curioso cómo en Hollywood -los americanos, si es menester-, lejos de lo que pudiera parecer, son unos infatigables trabajadores del fracaso. Una cultura tan devota del éxito solo se consolida si se reza al fracaso todos los días y se hace de éste una señal de vida. Ladran Sancho, luego cabalgamos. El sonido de la música.
Siempre se ha dicho que la cara es el espejo del alma. Pues bien, eso es especialmente cierto en el caso de la sonrisa, que no sólo refleja el estado de nuestra alma, sino que también ha demostrado ser un indicador de cómo va a ser nuestro futuro.
Ayer fue el día del Libro, en el que conmemoramos la muerte de Cervantes y Shakespeare.
Hoy, simplemente, se ha levantado nublado.
Como decía Cortázar, uno no elige la lluvia que le moja.